Abuso sexual infantil: la Iglesia en la mira
Era algo de esperar: la enorme atención que se ha dado a la Iglesia a raíz de un gran número de acusaciones de abuso sexual a menores cometidos por el clero y los religiosos en diferentes partes del mundo. Muchas acusaciones resultaron ser veraces, y se están llevando a cabo los procesos judiciales para hacer justicia a las víctimas. El abuso sexual a menores es obviamente un grave delito que provoca clara indignación y rechazo y no importa de dónde venga. Sin embargo, viendo la atención que han dado los medios a este problema en la Iglesia, uno tiende a preguntarse: ¿Todas estas historias en los medios de comunicación son nuevos incidentes de abuso? ¿Es el problema cada vez más grande? ¿Hay un aumento de los abusos sexuales entre los sacerdotes? Para tener una mejor comprensión de estas preguntas, uno tiene que verlo dentro de un contexto más amplio.
¿Qué es el abuso sexual infantil?
La Organización Mundial de la Salud (OMS, 2006) define el abuso sexual infantil como “la utilización de un niño/a o adolescente en una actividad sexual que él/ella no comprende, para la cual no está en capacidad de dar su consentimiento y no está preparado por su desarrollo físico, emocional y cognitivo o viola las leyes o tabúes de la sociedad. Los niños pueden ser objeto de abuso sexual por adultos u otros niños — que son, en virtud de su edad o estado de desarrollo en una posición de responsabilidad, confianza o poder sobre la víctima”. El abuso sexual infantil implica un abuso en tres niveles: es una violencia sexual; un abuso de poder; y un abuso de confianza. En el caso de abuso sexual por parte del clero, el abuso de poder y el abuso de confianza están implicados claramente junto con la agresión sexual. El poder se entiende como la capacidad de controlar o influir en el comportamiento de otra persona, incluyendo pensamientos y sentimientos para conseguir lo que uno desea. En el contexto del abuso sexual infantil, el abusador usa el poder de una manera negativa para dominar, manipular, y para obligar al niño/a a participar en los actos sexuales, que él/ella no es capaz de comprender plenamente y dar su consentimiento. Es también un abuso de confianza porque el abuso sexual es generalmente cometido por las personas que tienen una cercanía al niño/a y gozan de la confianza del niño/a. Un sacerdote es estimado por un niño/a como un padre espiritual y al abusar del niño/a, un sacerdote traiciona esa confianza.
¿Cómo los niños/as fueron tratados históricamente?
Es difícil de creer que los niños/as puedan ser abusados sexualmente y sin embargo, eso podría ser tolerado socialmente. Pero la historia nos dice exactamente eso - durante mucho tiempo la sociedad había vuelto la vista gorda a los abusos sexuales de niños/as. Históricamente, a los derechos del niño/a, no se les dieron la debida atención. Es curioso notar que se establecieron los servicios de protección animal incluso antes de la creación de servicios de protección a menores. Sólo después de la publicación de la obra del Dr. Henry Kempe y sus colegas, El Síndrome del Niño Maltratado (1962), la sociedad comenzó a prestar más atención a este tema. Antes, cómo se trataba a los niños/as seguían siendo un ‘asunto familiar’ dentro de las cuatro paredes del hogar según el criterio de los padres y cuidadores. Dada la 'santidad' de los ministros, era impensable levantar una acusación contra un sacerdote o un religioso y era un objeto de rechazo público.
La actitud de la Iglesia
El peor error cometido por la jerarquía de la Iglesia fue el intento de encubrir la mala conducta sexual cometida por algunos de sus miembros. Obviamente, la jerarquía de la Iglesia estaba más interesada y preocupada por salvaguardar el prestigio de la Iglesia que en proteger y extender ayuda oportuna a las víctimas de abuso por parte del clero. La Iglesia tuvo que pagar y está pagando un alto precio por este error. Me gustaría pensar que la jerarquía de la Iglesia tomó tal posición, no porque no le importaba la dignidad de los niños/as, pero que, en su afán de proteger el prestigio de la Iglesia, haya hecho este error. Ya es hora de que uno realmente retorne a la misión de nuestro Maestro Jesucristo que nos llama a salvaguardar la dignidad de todas las personas, especialmente de los niños/as y marginados/as: “Pero Jesús dijo: Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como éstos es el reino de los cielos (Mateo 19:14).
¿Dónde estamos?
Hoy las cosas son diferentes y, afortunadamente, hay una mayor conciencia con respecto a la protección de los niños/as contra los abusos. Gracias a esta toma de conciencia cada vez mayor, muchos de los casos de abuso sexual infantil son denunciados. La mayor parte de los casos que han estado en la atención de los medios son abusos que ocurrieron hace 50 o 60 años. De hecho, Philip Jenkins (Los Usos del Escándalo Clerical, 1996), Profesor del Departamento de Religión e Historia de la Universidad Estatal de Pensilvania, puso en duda la hipótesis que proponía un aumento de los casos del abuso sexual entre los sacerdotes. Él observó que el porcentaje de los sacerdotes acusados de abusar sexualmente a los menores es de 1,8%, mucho de lo cual no se trata solo de pedofilia, pero también de otros casos. Sin embargo, esto no significa que podamos desviar nuestra atención del objetivo de prevenir cualquier tipo de abuso sexual de niños/as que pueda tener lugar dentro de la Iglesia. Hay que reconocer que hoy la Iglesia funciona de forma diferente que en el pasado para prevenir el abuso sexual infantil. Los esfuerzos se están llevando a cabo actualmente en la dirección correcta, la adopción de medidas más positivas hacia la prevención y las respuestas apropiadas. A pesar de las críticas de algunos sectores, el Papa Francisco ha dado pasos positivos para hacer frente a este mal que ha golpeado gravemente a la Iglesia y sus miembros. La última iniciativa, el ‘motu proprio’ Vos Estis Lux Mundi, (decreto sobre los procedimientos en cuanto los delitos de abuso sexual por la jerarquía de la Iglesia) del Papa Francisco es un ejemplo concreto en la dirección de la protección de los menores. Hoy, la Iglesia tiene dos tareas delante de ella: hacer todo lo posible para que la justicia se haga para las víctimas del abuso sexual y crear ambientes seguros para los niños en la Iglesia.