Crónica de la 2ª Jornada Presencial del Curso de Protección de Menores
Celebrada la 2ª Jornada presencial del Curso de Protección de Menores del ITVR MIGUEL CAMPO, SJ: “El dolor de las víctimas no prescribe”
El sábado 6 de abril tuvo lugar la segunda jornada presencial del Curso de Protección de Menores del Instituto Teológico de Vida Religiosa. La jornada comenzó con una Eucaristía en el santuario del Corazón de María, presidida por Mons. Jesús Vidal, obispo auxiliar de Madrid, quien en la homilía advirtió sobre “la tentación que se alberga desde el principio en el corazón del hombre: arrancar la presencia de Dios de nuestra vida”. De esta manera, prosiguió, acabamos “convirtiéndonos nosotros en jueces de la realidad”. Frente a esta actitud, aparece Jesús como manso cordero y, sin embargo, con una grandísima autoridad. Esta autoridad proviene porque se deja mirar por la mirada verdadera de Dios. Como manso cordero puede entregarse al juicio de los hombres. Frente a la tentación de cada hombre de arrancar a Dios, el Señor nos ofrece el camino de dejarnos mirar por Dios hasta el fondo y “dejarnos que sondee nuestras entrañas y someternos así a su dulce autoridad”.
Más adelante, ya en la sala dirigió un saludo en el que comentó la importancia de la petición de un decreto general por parte de la Conferencia Episcopal para legislar en toda España sobre la cuestión del abuso de menores en la Iglesia. La sesión de la mañana estuvo dirigida por el profesor Miguel Campo, jesuita y miembro de la Comisión de trabajo sobre los abusos en la CEE. El contenido de la misma estuvo centrado en el estudio de las disposiciones del código de derecho penal español y del código de derecho canónico, además de las últimas leyes emanadas por la Santa Sede a este respecto. Miguel Campo explicó cómo se podría levantar la prescripción en determinados casos para la Iglesia, conscientes, como el Papa ha repetido en otras ocasiones de que “el dolor de las víctimas no prescribe”. Tras el proceso, habría que llegar a una solución “jurídicamente correcta y pastoralmente acertada. Y si no es así, no sería una buena solución”. Abogó, en ciertos casos, por la imposición de medidas cautelares al inicio de la investigación “para evitar la reiteración del delito y por el bien de las víctimas”. Explicó que, según su opinión, todos los casos se deberían investigar independientemente del tiempo transcurrido, del modo en que hubiera llegado la noticia y de si el presunto agresor hubiera fallecido. Explicitó que el conocimiento de los hechos por cualquier vía se podría convertir en “notitia criminis” a partir de la cual comenzar una prudente y razonable investigación sobre su posible veracidad o razonabilidad. Explicó cómo en el actual proceso canónico las víctimas no forman parte del proceso por lo que no se les puede entregar la documentación requerida, circunstancia que ha provocado en ocasiones ciertos desencuentros, pero que se ajustaba a la legislación.
Como mensaje final, abogó por “una seriedad y profesionalidad desde el primer momento porque es la manera de mostrar el máximo respeto hacia las víctimas, además lógicamente de escucharlas de forma paciente y empática". La sesión de la tarde estuvo a cargo de Lourdes Azorín, médico y psicoterapeuta, anterior secretaria general de Acción Católica. Su reflexión se centró en el acompañamiento a las víctimas y, además, a las familias de las víctimas. Las familias son un elemento fundamental por el sufrimiento que comparten con la víctima y por su función esencial en la recuperación de la persona. El problema se establece cuando el abuso es intrafamiliar con lo que todas las relaciones saltan por los aires. Lanzó algunas cifras estimativas que provocan cierta preocupación: según algunos estudios el abuso sexual en la infancia es del 7,4% para los niños y del 19,2% para las niñas. Son cifras realmente alarmantes.
La psicoterapia centrada en estas víctimas debería buscar “normalizar la vida del menor en un ambiente protegido recuperando las pautas de normalidad y cotidianeidad”. Las pautas fundamentales deberían girar en torno a estos cuatro elementos:
1) poner nombre a lo que ha pasado porque el menor debe conocer el verdadero significado sexual de la experiencia que ha vivido;
2) recalcar que se trata de una experiencia impuesta por poder, engaño o indefensión;
3) fortalecer a la víctima en todo momento por haber revelado el abuso; y
4) que la misma víctima pueda atribuir la responsabilidad de lo ocurrido al agresor.
Finalmente, explicó que la mejor forma de ayudar a las víctimas es “hacer de la experiencia traumática una fuente de energía y sanación para sí y para otros”. La jornada concluyó con unas palabras del coordinador del curso, Carlos Mtnez. Oliveras, que invitó a seguir trabajando y reflexionando sobre los temas y recordó cómo la Iglesia afronta aquí un desafío que, como han recordado en otras ocasiones el cardenal O’Malley y el P. Lombardi, afecta a la credibilidad de su misión: la misma tarea evangelizadora. La próxima jornada presencial tendrá lugar el 25 de mayo para tratar las cuestiones de protocolos, comunicación y gestión adecuada de eventuales casos.
—Profesor Carlos Martínez Oliveras, Instituto Teológico de Vida Religiosa